miércoles, 22 de julio de 2009

Viejos son los trapos

 
Me desperezo, como para matar la fiaca que delata mi jeta de siesta dominguera. Voy rumbo al cuarto de baño y, parado frente al cagadero, cierro los ojos mientra le cambio el agua a las aceitunas. Recuerdo aquellas noches de parranda con los muchachos en el balneario, viejos tiempos. Termino de orinar y, como suelo hacer todas las mañanas cuando canta el gallo, me engomino el pelo y me pego una buena afeitada. Así nomás de un tirón, me llevo mis mejores pilchas (que se oreaban colgadas de la barra de la cortina) y me dirigo a mi recamara a ponerme buen mozo. 
 
Cuando más o menos estoy, me paro frente al espejo. Me acomodo el bigote y tiro unas palabras chamuyeras al espejo como para ir ganando confianza. Me miro los pies: los tamangos bien lustrados, listos para salir a la pista cuando la vieja vitrola del club comience con los rocanroles del Elvis. Cazo las llaves de mi colachata, y me voy de parranda en busca de una buena pebeta que me acompañe en el bulín en estas noches de frío. La grarufa recién empieza y ya son las ocho de la noche, espero que alguna percanta todavía me deje arrastrarle el ala...
 
 

PD: Mis lecturas de Roberto Arlt están dando sus primeros frutos
 

2 comentarios:

Naio dijo...

Cambiarle el agua a las aceitunas .. sublime!!

Otras épocas, otros clubes ...

Unknown dijo...

Maravilloso texto, estimado Kowalsky.

Siga así.

Abrazooo