Simio

    
Caracas, día de la fecha.

Lokasenna es bondadoso y sabio; Lokasenna, por tanto, ha consentido en revelar uno de los secretos que más profundamente ha tenido guardado en su pecho. Lokasenna no olvida que Lokasenna ha sido asediado trágicamente desde que el pérfido doctor Wolfsohn osó dar a conocer al mundo que Lokasenna está en posesión del secreto. Lokasenna, sin embargo, ignorando las acechanzas de ese canalla, ha postergado el momento de la revelación hasta que Lokasenna comprendió que había llegado el momento de la revelación. Lokasenna, entonces, haciendo de tripa, corazón, se dispone a relatarle a su fiel amanuense el Francés lo que Lokasenna, desde su saber privilegiado, ha conocido y guardado como una nefasta reliquia. Lokasenna desea referirse al secreto acerca de las causas de uno de los más portentosos hechos en la historia de esta humanidad; Lokasenna no duda de que algún día los evolucionados homos-sapiens decidan galardonar a Lokasenna por todas sus santas revelaciones. Lokasenna aguarda impacientemente el día.

Escrito en colaboración con el señor Eduardo Galeano.

          Año 2003 después de Cristo. G. W. Bush, Presidente de los Estados Unidos de América del Norte (excepto Canadá), se encuentra sentado ante el escritorio de su oficina en la Casa Blanca. Esparcidos sobre el mismo se puede ver multitud de documentos, informes, folios…; ocupando un lugar preferencial junto a la mano de Bush hay un dispositivo tubular, transparente y hueco. Se trata de un vaso. Acodado en el escritorio, Bush sostiene su cabeza con las manos sumergidas en los enmarañados cabellos. Todos los documentos que sepultan el escritorio están referidos a Irak: son planos del país; retratos de sus dirigentes más destacados (entre ellos, el de Sadam Hussein, a cuyo rostro una lapicera azul ha agregado cuernitos y barba chiva); estadísticas sobre economía, sociedad, armamento convencional, etc. Encima de estos papeles se encuentra un extenso in folio, sellado y lacrado pero manchado profusamente de amarillo, en cuya portada figura el siguiente título: «Informe acerca de la existencia de armas biológicas en Irak».
          El jefe de Estado está inmóvil en su cómodo asiento; reconcentrado en sí mismo, abstraído, mudo, pareciera que no respira. Su inercia es absoluta. Si no fuera por el sonido gutural que brota de su cuerpo, podría decirse que Bush está muerto.
          Duerme.
          Despertando, balbucea torpemente algunas palabras mientras se despereza. De pronto nota todo el papelerío ante él y se despabila.

BUSH. – ¡Mamá, los informes! (Revuelve confusamente las hojas.) ¡Tengo que resolver, tengo que resolver!... El Negrito me va a… (Repentinamente se detiene. Añade.) ¡Pero, no! Ya con todo lo que vi me alcanza. Ahora, ahora tengo que decidir. ¡A ver, a ver, a ver…! Allá son musulmanes… talibanes… (Empieza a tararear.) ¡Soy talibán!… ¡Pam, pam, pam!... ¡Afganistán!... ¡Soy talibán! (Bruscamente cambia de tono.) ¡Pero qué sed, Dios mío! Un whiskicito… ¿Qué haré yo? América ha tenido tantas bajas en Afganistán… Y si ahora declaro la guerra a Irán… ¡Bah, nuestras tropas son las mejores del mundo! Veamos ahora aquel info… Hay que estar bien enterados de las cosas para poder juzgar con claridad, dijo una vez un chinito… Pero, ¿cuál info era ese? Ya no me acuerdo… ¡Mm, el de las armas nucleares! (Permanece mudo un instante, pensativo. De pronto exclama.) ¡Ay, Dios! ¡Ellos tienen armas nucleares! Eso es muy peligroso, porque si le declaro la guerra a Cric-crac nos pueden bombardear. ¡Dios, Dios, ilumíname! (Se materializa el ESPÍRITU DEL ALCOHOL.) Diosito, ¿qué puedo hacer?

ESPÍRITU. – (Gravemente.) Un vaso de vodka te iría bien, G. Walker.

BUSH. – ¡Ajá! ¡Tú eres un comunista! (El ESPÍRITU se desvanece.) ¡Tengo que calmarme! Una pitada me va a despejar del todo. (De uno de sus bolsillos, BUSH saca un habano y un porro. Los mira dubitativo.) Me parece que no debería fumarme esta hierba; así no se ríen más de mí. Pero, bueno; si la Nación lo necesita… (Deja ambos cigarros sobre el escritorio y los apunta con el índice por turnos.) ¡Ta, te, ti, suer, te, pa, ra, tí! (Toma el habano y lo enciende.) Y ahora sí, a pensar… (Pasados unos instantes comienza a reír, sumamente divertido.) ¡Un cigarro puro! ¡Ah, picarón de Bill! ¡Cómo te divertías en el Salón Oral… Oval, con la Le…, la Lewinskly!

Luego de dar unos golpecitos en la puerta del despacho, entra un secretario.

BUSH. – ¡Hey, macho! ¿Qué te dio por visitarme?

SECRETARIO. – Señor Presidente, el señor Secretario de Estado Runsfeld me manda preguntarle a usted si ya firmó la declaración de guerra a Irak.

BUSH. – ¡Pero, claro! Mira, acá está. (Le tiende la declaración, la cual extrae de debajo de una montaña de papeles. El SECRETARIO la toma y la mira de arriba abajo. Nota que no está firmada y rápidamente llena de su puño y letra el renglón vacío. Saluda y sale.) ¡Chau, chau, amigo! Y ahora, próximo objetivo: arreglar este escritorio. (Se para de un salto y, tomando aliento, emprende la tarea.)